Guerra, monjas y una torre: la odisea de los Añorga (1479-1493)
Un excepcional hallazgo documental reconstruye la historia de la «Casa y torre de Añorga». Lo que comenzó con una huida desesperada a Zaragoza para esquivar la Guerra Civil de Navarra, se convirtió en una partida de ajedrez judicial de alto riesgo, donde se apostaron 1.600 florines de oro por la supervivencia del linaje.
Lo que comenzó como el análisis de un antiguo legajo judicial ha terminado por convertirse en el acta de nacimiento histórica de la influencia territorial de los Añorga. Tras transcribir cientos de folios de compleja escritura procesal, hemos reconstruido un conflicto de una década que enfrentó a los señores de la Casa de Añorga contra el poderoso Monasterio de San Sebastián el Antiguo. Pero antes de llegar al desenlace, la familia tuvo que sobrevivir a un infierno judicial lejos de casa.
La huida a Zaragoza y la «contumacia» (1479-1480)
Todo estalló en el invierno de 1479. Juan de Añorga, Señor de la Casa, junto con vecinos de Hernani y el Concejo de San Sebastián, se vieron envueltos en una disputa legal sobre montes y términos. El problema era que el tribunal competente estaba en Pamplona, pero Navarra era una trampa mortal.
«Non tutus accessus»: caminos de sangre
Los documentos son estremecedores al describir la situación. La Guerra Civil entre Agramonteses y Beaumonteses había sumido al reino en el caos. El texto legal relata «razones, alborotos y autos de guerra», describiendo caminos tomados por bandidos y soldados donde «el señor Obispo y sus criados han sido destrozados». El propio Vicario General había huido de Pamplona para refugiarse en Estella.
Ante el «temor de muerte» y la imposibilidad física de cruzar la frontera (declarada jurídicamente como non tutus accessus), los Añorga, representados por su tenaz procurador Miguel de Amazorrain, tomaron una decisión drástica: apelar al Arzobispo de Zaragoza, en el Reino de Aragón, buscando una justicia que la guerra les negaba en casa.
El juego del gato y el ratón en la Seo
Una vez en Zaragoza, el juicio se convirtió en una guerra de desgaste. Las actas revelan la estrategia de la parte contraria, representada por el procurador Galcerandus de León: el boicot. Documento tras documento, leemos cómo Galcerandus practica la «contumacia» (rebeldía): no se presenta a las vistas, ignora las citaciones y obliga a suspender las sesiones.
La situación llega a lo cómico y desesperante cuando, en marzo de 1480, el notario tiene que dejar constancia jurada de que ha buscado a Galcerandus «per totam civitatem» (por toda la ciudad) y en los portales de las iglesias, sin poder hallarlo. Se escondía para dilatar el proceso y agotar los fondos de los Añorga.
La apuesta de los 1.600 florines de oro
La maniobra de asfixia casi funciona. Para desbloquear el juicio y levantar las censuras eclesiásticas que pesaban sobre ellos, los Añorga tuvieron que hacer una demostración de fuerza económica sin precedentes. El 24 de noviembre de 1480, firmaron una obligación de pago colosal: 1.600 florines de oro. Una fortuna capaz de comprar voluntades o financiar ejércitos. Para avalar tal suma, tuvieron que recurrir a la «banca» local: el ciudadano zaragozano Francisco de Montemayor y Alonso de la Torre actuaron como fiadores. Los Añorga no solo se jugaban la razón; se jugaban la ruina total.
La revelación de 1492 – La casa, la torre y el linaje
Doce años después de aquella pesadilla financiera y procesal en Zaragoza, el conflicto regresó a tierra guipuzcoana. Los documentos de 1492 y 1493 nos revelan, por fin, qué estaban defendiendo con tanto ahínco:
La torre de Añorga: Se confirma documentalmente la existencia física de la «Casa y torre de Añorga» (Torre de Anyorga), un edificio defensivo y señorial, símbolo de su estatus noble.
Una dinastía de líderes:
- Miguel de Añorga «El Viejo»: Padre del litigante de 1492. El documento revela un dato espectacular: fue alcalde de la Hermandad de Guipúzcoa, la institución suprema de orden público y militar de la provincia.
- María de Añorga: La matriarca, citada expresamente como dueña de la Torre.
- Miguel de Añorga (Hijo): El protagonista de la fase final, quien defiende la herencia salvada en Zaragoza.
El verdadero rival: las monjas de El Antiguo
Si en Zaragoza peleaban contra sombras y procuradores esquivos, en 1493 se destapa el verdadero enemigo: los Manobreros del Monasterio de San Sebastián el Antiguo. Era un choque de trenes entre la propiedad señorial (La Torre) y la propiedad eclesiástica por el control de la madera, el carbón y los pastos de Usurbil, Aia y Oriamendi.
El desenlace: juicio en el cementerio
La resolución final tiene un escenario casi cinematográfico, muy lejos de los fríos tribunales aragoneses. El 9 de julio de 1493, las partes se reunieron en el cementerio de la Iglesia de San Salvador de Usurbil.
Allí, entre las tumbas de los antepasados y bajo la autoridad de jueces árbitros, se dictó la sentencia que fijaba los mojones definitivos. Los Añorga, que habían cruzado un reino en guerra y arriesgado su patrimonio en fianzas de oro, lograron finalmente asegurar los límites de su solar.
Un apellido en evolución
Este legajo es, finalmente, el testigo gráfico de nuestra identidad. Los escribanos, luchando por capturar el sonido vasco, transformaron el apellido ante nuestros ojos: desde el arcaico Aynorriga de los primeros pleitos, hasta consolidarse como Añorga (escrito Anyorga) en la sentencia final de 1493.